Tengo 18 años y actualmente me encuentro iniciando el proceso formativo en Huellas Doradas I, junto a cuatro jóvenes de mi generación. Aunque llevamos poco tiempo, desde el primer encuentro —que fue simplemente para solicitar información— me sentí acogida, escuchada y en plena confianza. Ese momento me permitió comprender con mayor claridad la misión, estructura y alcance del Movimiento Juvenil Cristiano Huellas.
Había escuchado sobre Huellas desde hace unos tres años, pero no me sentía llamada a participar. Fue a comienzos de este año cuando uno de los coordinadores de mi comunidad, San Juan Pablo II, nos invitó a conocer más profundamente el movimiento. Aunque al principio no me entusiasmaba la idea, decidí asistir… y hoy puedo decir con certeza que fue una decisión acertada.
Huellas me ha revelado una forma concreta de vivir el compromiso con los demás. A través de sus enseñanzas, he comprendido que ser hermanos implica construir juntos —incluso desde lo pequeño— el Reino de Dios en la tierra. Esta experiencia ha comenzado a transformar mi proyecto de vida, ayudándome a crecer con dedicación, constancia y amor por lo que hago, sin dejar que el miedo me impida actuar con rectitud.
Como cristiana, y como joven que valora profundamente la vida, mi propósito es servir al prójimo con alegría, entrega y generosidad. En cada encuentro me he sentido libre para expresarme con autenticidad, sin temor a ser juzgada. Esa libertad me impulsa a seguir adelante, y confío en que los próximos apostolados me fortalecerán para servir a Dios con convicción en cada paso que dé.
Huellas no solo me acompaña: me inspira a vivir con propósito, a caminar con otros y a descubrir que el servicio es una vocación que transforma.
Por Oliandrys Valeria Rivero
Comunidad Jóvenes Peregrinos Emuná, Parroquia San Ignacio de Loyola