Pertenezco a la comunidad de Huellas Doradas Vive y camina con Jesús de extremo a extremo, en la zona Andes. Mi ingreso al Movimiento Juvenil Huellas fue gracias a mi amigo Joel, quien ya conocía el movimiento y me habló de los viajes, los encuentros y la posibilidad de conocer nuevas personas y lugares. Esa curiosidad inicial fue suficiente para que me animara a formar parte. Lo que no sabía entonces era que Huellas no solo me llevaría a nuevos destinos, sino también a descubrirme a mí mismo.
Recuerdo con especial cariño el momento en que el profesor Alfredo Guillén, nuestro asesor, nos anunció que habría un campamento en Mérida y nos preguntó si queríamos participar. Yo, sin pensarlo dos veces, dije que sí. Desde ese instante, los campamentos se volvieron parte esencial de mi experiencia en Huellas. Cada uno fue una oportunidad para crecer, compartir y fortalecer mi compromiso.
Cuando cursaba sexto año, recibimos la noticia más dura: el fallecimiento del profesor Alfredo. Para nosotros, él no era solo un guía; era un mentor, un amigo, un padre. Siempre estaba allí para corregirnos, para impulsarnos, para recordarnos el valor de caminar con propósito. Su partida nos hizo pensar que Huellas en nuestra escuela podría apagarse. Pero ocurrió lo contrario: crecimos más de lo que imaginábamos.
Hoy, nuestra mayor motivación es honrar su legado. El trabajo que él sembró durante años no terminó con su ausencia; al contrario, se ha multiplicado. Cada paso que damos, cada actividad que organizamos, cada joven que se suma, es una forma de continuar lo que él inició. Huellas se convirtió en parte de mi proyecto de vida porque me enseñó que el liderazgo se construye desde el servicio, que la comunidad transforma, y que el amor por lo que hacemos puede trascender incluso la ausencia.
Gracias, profesor Alfredo. Tu huella sigue viva en nosotros.
Por Rafael Coronado



