Hace muchos años di un paso que cambiaría el rumbo de mi vida: comencé a colaborar como voluntario en el Movimiento Juvenil Huellas. No lo sabía entonces, pero estaba iniciando un camino de autodescubrimiento, comunidad y fe que transformaría mi manera de mirar la realidad y mi forma de estar en el mundo. Mi historia con Huellas no es una anécdota aislada, sino un proceso de siembra continua que ha dejado huellas profundas en mi ser, al mismo tiempo que abrazaba las huellas que otros dejaban en mí.
Ser parte de este movimiento ha significado mucho más que acompañar a jóvenes de diversas comunidades: ha sido educarme para aprender a acompañar. Porque acompañar no es dirigir ni corregir, sino caminar al lado del otro con humildad, sosteniendo la mirada, respetando sus tiempos y reconociendo sus potencialidades. He aprendido que acompañar es también dejarse acompañar, permitir que el otro te interpele, te conmueva, te transforme.
En este proceso, he descubierto que el liderazgo auténtico no nace del control ni del prestigio, sino de una disposición interna a servir y a escuchar. Es un liderazgo que se gesta en lo cotidiano, en los silencios compartidos, en la palabra justa, en el gesto solidario. Ser líder, para mí, ha sido un proceso de autodescubrimiento: de reconocerme frágil, imperfecto, pero profundamente dispuesto a construir con otros.
El Movimiento Juvenil Huellas me enseñó a mostrar el rostro compasivo del primer caminante, Jesús, ese que camina a nuestro lado sin imponer, que escucha, que espera, que toca el corazón con amor verdadero. Él me inspiró a convertir el corazón del joven en carne en sensibilidad, ternura y conciencia para ayudarle a ser mejor ser humano, pero también para obligarme a mí mismo a crecer en humanidad. A comprender que más importante que ser el mejor es hacer lo mejor. Cada gesto, cada palabra, cada presencia es oportunidad de siembra.
Huellas también me ha enseñado una verdad simple pero radical: amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. Ese mandamiento, tantas veces repetido, se hace carne cuando miramos al otro con compasión, cuando nos comprometemos con su historia, cuando entendemos que lo que nos une es más fuerte que lo que nos separa.
En estos años he comprendido que somos parte de una comunidad dedicada al servicio, y que en ella nadie enseña solo ni aprende solo. Aprendemos de todos, en todos, con todos. Cada joven con quien he compartido me ha regalado una lección, una inquietud, una esperanza. Somos, como dice el movimiento, fuego que encienden otros fuegos. Y en ese encender mutuo, vamos iluminando caminos, despejando oscuridades, construyendo sentido.
Hoy, después de 15 años, puedo decir que ser parte de Huellas ha sido mi opción de vida. Una opción que se renueva en cada encuentro, en cada historia que me atraviesa, en cada joven que decide caminar con otros. Porque al final, dejar huella no es marcar el rumbo ajeno, sino ofrecer el corazón en el camino.
Sobre el autor Wilmer es Educador, Psicólogo, Abogado, investigador y voluntario con más de dos décadas de trayectoria en procesos de formación juvenil y acompañamiento comunitario. Actualmente cursa una maestría en Desarrollo Humano en la UNESR, donde investiga la integración de la tecnología y el pensamiento crítico en la pedagogía liberadora. Cree firmemente en la educación como acto de amor y justicia, y en el poder de lo colectivo como fuerza transformadora.





